Un espectro asedia Europa: el espectro de la pornografía (1) ... Desde finales de los años 70’ y, fundamentalmente, a lo largo de los 80’, la pornografía se ha visto cuestionada, analizada, criticada, desmenuzada y clasificada por toda una serie de amigos o enemigos de sus discursos y representaciones. Académicos, feministas pro o anti-pornografía, ligas de la familia, políticos conservadores, jueces, etc… Todos han tenido algo que señalar, juzgar, sentenciar. Desde los acérrimos pornófobos a los oportunistas pornófilos, todos han dado su visión de la pornografía; todos han puesto su ojo indiscreto, obsceno en ocasiones, sobre la imagen pornográfica. Puede que no haya género cinematográfico más cuestionado, analizado y examinado desde ópticas y lugares tan dispares como éste. Podríamos quizás preguntarnos por qué este género nos inquieta tanto, por qué nunca nos deja indiferentes. ¿Cómo vemos, cómo nos hace ver la pornografía? ¿Por qué rechazamos o aceptamos determinadas prácticas que se dan en ella? ¿Qué es lo que allí se pone en marcha? ¿Qué es lo que percibimos y significamos a través de ella? ¿Qué posee este género estéticamente pobre, socialmente marginal y culturalmente masificado que compromete a sectores tan diversos de la sociedad?
La tercera sesión del Grupo Irina Khov se ha dedicado a analizar y lanzar algunas ideas para pensar la pornografía, la imagen pornográfica o el teatro pornográfico, más allá de las reacciones morales que ésta suscita. En primer lugar, el porno ha aparecido como espacio o lugar que nos permite reflexionar sobre cuestiones tales como: la frontera que establecemos entre lo público y lo privado, sobre los límites que marcamos entre el adentro y el afuera, sobre nuestra propia intimidad y el concepto mismo de secreto. En segundo lugar, la pornografía es un enclave privilegiado para reflexionar sobre los discursos de saber-poder que nos atraviesan e invisten nuestros placeres y cuerpos y, también sobre cómo estos discursos intervienen en la construcción de los géneros. Por último, la pornografía se analizó como un efecto óptico-discursivo a través del cual reflexionar, precisamente, sobre la construcción de nuestra mirada. Suerte de fenomenología de lo porno: punto de partida para pensar el surgimiento de los cuerpos y de los sujetos. Quizás habría que pensar el acontecimiento pornográfico como si de un foco de luminosidad se tratara. Si algo caracteriza la pornografía es que se trata de una escena que nos sitúa, por propia naturaleza, fuera de la escena misma, al margen de la esfera de lo común, de lo público. Lo que define lo pornográfico es precisamente el hecho de situarse al margen, su carácter de marginalidad. Literalmente, lo porno está fuera de escena: es obs-ceno. Siempre escurridizo a nuestras miradas, siempre lindando con el secreto, con lo escondido y, a la vez, imagen absoluta de la visibilidad y de la transparencia. Nada más nítido y carente de sombras que el cuerpo pornográfico, donde cada rincón del mismo está destinado a verse, a mostrarse a nuestras miradas.
Más allá de los debates morales, éticos y feministas que pone en marcha la pornografía, el debate fundamental del porno es la intersección que en éste se produce de lo público y lo privado, del poder y del placer, de lo aceptado y lo prohibido. Quizás, como afirma J. Baudrillard, el porno inaugura la era de la transparencia, de la visibilidad absoluta, de la obscena intimidad de todas las cosas… Quizás, como este mismo autor augura, nuestra época es hoy una época pornográfica, pues la esencia de lo pornográfico parece haber contagiado diferentes ámbitos y registros: desde los medios de comunicación de masas, el cine, la publicidad, el arte, incluso la naturalidad con la que lo íntimo se vuelve público en las cámaras de vídeo vigilancia que encontramos en cada rincón de nuestras ciudades.
Esta fragilidad del secreto frente al ojo pornográfico, expuesto en este escenario impúdico, abierto a todas las miradas, hace del porno una suerte de panóptico continuo, un espacio absolutamente obsceno. Obsceno, el porno es esa contradictoria representación absolutamente visible, caracterizada por la iluminación extrema que todo lo muestra y que nada oculta. Obsceno, el porno se encuentra en los márgenes de lo público, incapaz de salir a la palestra, al ágora, a nuestras zonas comunes. Siempre marginal, marginado. Sin embargo, “le pedimos al porno precisamente lo que nos asusta de él: que diga la verdad de nuestros deseos”(2) , que nos revele la intimidad de lo que somos. Y a veces, esa cruda transparencia nos incomoda, nos disgusta. Pues “nunca hay que tocar el enigma, so pena de caer en la obscenidad”(3) .
CAROLINA MELONI
La tercera sesión del Grupo Irina Khov se ha dedicado a analizar y lanzar algunas ideas para pensar la pornografía, la imagen pornográfica o el teatro pornográfico, más allá de las reacciones morales que ésta suscita. En primer lugar, el porno ha aparecido como espacio o lugar que nos permite reflexionar sobre cuestiones tales como: la frontera que establecemos entre lo público y lo privado, sobre los límites que marcamos entre el adentro y el afuera, sobre nuestra propia intimidad y el concepto mismo de secreto. En segundo lugar, la pornografía es un enclave privilegiado para reflexionar sobre los discursos de saber-poder que nos atraviesan e invisten nuestros placeres y cuerpos y, también sobre cómo estos discursos intervienen en la construcción de los géneros. Por último, la pornografía se analizó como un efecto óptico-discursivo a través del cual reflexionar, precisamente, sobre la construcción de nuestra mirada. Suerte de fenomenología de lo porno: punto de partida para pensar el surgimiento de los cuerpos y de los sujetos. Quizás habría que pensar el acontecimiento pornográfico como si de un foco de luminosidad se tratara. Si algo caracteriza la pornografía es que se trata de una escena que nos sitúa, por propia naturaleza, fuera de la escena misma, al margen de la esfera de lo común, de lo público. Lo que define lo pornográfico es precisamente el hecho de situarse al margen, su carácter de marginalidad. Literalmente, lo porno está fuera de escena: es obs-ceno. Siempre escurridizo a nuestras miradas, siempre lindando con el secreto, con lo escondido y, a la vez, imagen absoluta de la visibilidad y de la transparencia. Nada más nítido y carente de sombras que el cuerpo pornográfico, donde cada rincón del mismo está destinado a verse, a mostrarse a nuestras miradas.
Más allá de los debates morales, éticos y feministas que pone en marcha la pornografía, el debate fundamental del porno es la intersección que en éste se produce de lo público y lo privado, del poder y del placer, de lo aceptado y lo prohibido. Quizás, como afirma J. Baudrillard, el porno inaugura la era de la transparencia, de la visibilidad absoluta, de la obscena intimidad de todas las cosas… Quizás, como este mismo autor augura, nuestra época es hoy una época pornográfica, pues la esencia de lo pornográfico parece haber contagiado diferentes ámbitos y registros: desde los medios de comunicación de masas, el cine, la publicidad, el arte, incluso la naturalidad con la que lo íntimo se vuelve público en las cámaras de vídeo vigilancia que encontramos en cada rincón de nuestras ciudades.
Esta fragilidad del secreto frente al ojo pornográfico, expuesto en este escenario impúdico, abierto a todas las miradas, hace del porno una suerte de panóptico continuo, un espacio absolutamente obsceno. Obsceno, el porno es esa contradictoria representación absolutamente visible, caracterizada por la iluminación extrema que todo lo muestra y que nada oculta. Obsceno, el porno se encuentra en los márgenes de lo público, incapaz de salir a la palestra, al ágora, a nuestras zonas comunes. Siempre marginal, marginado. Sin embargo, “le pedimos al porno precisamente lo que nos asusta de él: que diga la verdad de nuestros deseos”(2) , que nos revele la intimidad de lo que somos. Y a veces, esa cruda transparencia nos incomoda, nos disgusta. Pues “nunca hay que tocar el enigma, so pena de caer en la obscenidad”(3) .
CAROLINA MELONI
(1)Además de la célebre frase de Marx, con la que se abre el Manifiesto comunista, esta frase remite al comienzo del artículo de Raquel Osborne: “Censura o libertad de expresión: ¿un dilema para el feminismo?”, en Las mujeres en la encrucijada de la sexualidad. Barcelona, Edicions de Les Dones, 1989, p. 43; donde se recoge la polémica surgida en Estados Unidos entre las feministas anti-pornografía.
(2)DESPENTES, V.: Teoría King Kong. Barcelona, Editorial Melusina, 2007, p. 78.
(3)BARBA, A. y MONTÉS, J.: La ceremonia del porno. Barcelona, Anagrama, 2007, p. pp. 142-143
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